Me sorprendo con el café mañanero y una fotografía en blanco y negro de esas que quitan la respiración.Un hombre y una mujer. Él, de pie, inclinado sobre ella. Ella, con el cuello estirado y los labios hacia lo alto. Ambos, fundidos en un beso que podríamos llamar "de locos enamorados". Y el titular viene después, claro. Se trata de dos etarras en pleno juicio.
La vida te sorprende todas las mañanas con este tipo de cosas. Asesinos locos que quitan vidas a bombazos o provocan escalofríos con un gatillazo nada erótico, de repente producen un nuevo escalofrío al descubrir que también aman, también se enamoran, también pueden o al menos parecen poder morir de amor. No sé que me da más miedo, si entrever en ese beso la fatalidad de la muerte que les acompaña a cada paso o presentir que el amor que les une sea tan verdadero, tan cargado de pasión, de cosquilleo, de miradas que brillan y susurros y besos robados como el de cualquier otro ser humano.
Este tipo de contradicciones no vienen encapituladas en Educación para la Ciudadanía, ni mucho menos en el catecismo católico.Ni en una superproducción de Hollywood. Bueno, quizás en alguna buena película sí, pero son las menos. Por lo general, los malos no aman. Follan, se lo pasan de puta madre, pero no aman. O aman a su madre, que suele ser la culpable de todos los males. Pero, como leí una vez en alguna parte "a partir de los 30, es cuanto menos vergonzoso seguir echándole a los padres la culpa de nuestro presente".
De todas maneras, vista la foto de los etarras en cuestión, uno diría que no solamente follan, sino que lo hacen con amor, con pasión, que la sangre les hierve y que se dedican palabras cariñosas en la oscuridad. Resulta reconfortante saber que eso ocurre incluso entre los animales de sangre fría.
Y más reconfortante aún resulta saber con seguridad que ese amor y esa pasión no les eximirán de una condena contundente.