Repasando las revistas y suplementos de los periódicos del fin de semana me encontré con una pequeña revolución. Sí, efectivamente, existe algo más aparte de internet y sus blogs y las páginas de tecnología y gadgets, a las que tan aficionado soy. Hay todo un mundo exterior, y sigue vivo, quizás no tan "inmediato" como hace unos años, pero está ahí, y sigue sin tener precio el sentarse en una terraza, ahora que ha llegado el buen tiempo, con una caña, y leerse la prensa del domingo.
En uno de esos suplementos, se hablaba sobre El Poder de Perdonar. El escritor nos recordaba sus beneficios, lo difícil que resulta llegar a perdonar en muchas ocasiones, pero sobre todo, y aquí es donde supongo que la mezcla entre los 18 km que me había hecho una hora antes, unidos al delicioso sabor de una cerveza fresquita a más no poder, remezclado con el ambiente festivo que se respiraba en la pequeña plaza en la que disfrutaba de la mañana primaveral, decía, que sobre todo me pilló desprevenido una frase que me llegó a las entrañas de lo que sea que llevemos por ahí adentro.
Cuando conseguimos perdonar, nos libramos de un peso que arrastramos muy superior en ocasiones al peso de la propia ofensa.
Recuerdo que , desde mis tiempos de adolescente, arrastré hasta no hace demasiado el peso de una de esas ofensas, de lo que yo consideré en su momento una traición incluso, que no acarreó a mi vida sino dolor y más dolor durante muchos años. Y sufrimiento. Ambos me acompañaron durante muchos años, y ambos iban unidos irremediablemente. La rabia por la "traicion" y los resultados que el hecho en sí habían producido a nivel emocional.
Sin embargo, no hace demasiado tiempo, conseguí librarme de uno de los dos males. Conseguí perdonar la ofensa. La traición. Y al perdonarla, conseguí comprenderla. Y al alcanzar esa comprensión, volvió la amistad hacia la persona que me había "traicionado".
Ahora solamente recuerdo el hecho en si, y aún duele, y dolerá el resto de mi vida, lo sé, pero he perdonado la ofensa, he comprendido al ofensor. Ahora, solamente tendré que lidiar durante el resto de mi vida con una de las dos situaciones que me produjeron dolor. Y creedme cuando digo que el dolor es muchísimo menor una vez se ha conseguido perdonar.
Desde aquellos años de adolescente he metido la pata muchas veces. Y la seguiré metiendo. Una amiga me dijo hace tiempo que a veces no se trata de una maldición, si no de la condición de una persona. A veces no podemos evitar ser como somos. Siempre hay algo que compensa esa parte que no nos gusta de nosotros, o de los demás, o de nuestros amigos. Siempre podemos encontrar la manera de perdonar y de que nos perdonen. Hagamos o nos hagan daño, es seguro que si perdonamos, al menos el dolor se reducirá en un 50%.
Reducir el dolor en un 50% es realmente un objetivo impresionante, ¿verdad?
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