Entre entrenamientos, paseos por la playa, pequeños viajes, recuperación de episodios de Star Trek y cosillas por el estilo, me está dando tiempo de leer (sobre todo en algún aeropuerto y durante el vuelo) "El alma está en el cerebro", del señor Punset , un libro fascinante, como fascinante me ha parecido siempre el ser humano.
Las vacaciones es lo que tienen. Los primeros días son un poquillo duros. Es normal. El cuerpo y la mente aún no están acostumbrados a no pensar en la cotidianidad a la que el trabajo nos empuja constantemente. Parece como si necesitara unos días, unos pocos, para recuperar el pulso normal, de la misma manera que necesito trotar un poquito y más suavemente y no frenar de repente después de una carrera. Es a partir de la segunda semana (ahora mismo), cuando empieza la mente a sentirse más relajada, tranquila. A disfrutar plenamente de ese momento en el que entreabres los ojos, por la mañana, y saboreas en la cama esos instantes previos al comienzo del nuevo día, en los que intentas recordar si has soñado, o qué has soñado, o porqué has soñado con eso.
Esta noche he soñado que estaba de excursión con mis compañeros de instituto. Pero, aunque en el sueño les conocía perfectamente, me sabía sus nombres, eran mis amigos, ninguno de ellos, al despertarme, me han resultado familiares. Eran otros compañeros de otro instituto, como si hubiese visitado otra vida en mi sueño, como si hubiese viajado a un universo paralelo durante la noche, y me hubiese visto desde lejos (no tan lejos) en un momento de esa otra vida.
Por supuesto, hace años que dejé el instituto, con lo cual también se podría pensar que el sueño no es más que un reflejo de esa añoranza que nos invade a todos ocasionalmente cuando algo, durante el día, nos ha recordado aquellos años de estudios, en el instituto, en la universidad, etc. Pero , sinceramente, no es algo que yo añore (al menos no conscientemente), así que quizás se deba el sueño a otro tipo de reacción subconsciente, puesto que lo que más recuerdo es que me sentía como un observador que examinaba "su otra vida, en una realidad alternativa", como ya dije antes.
La verdad, ese universo no parecía muy diferente a aquel en el que pasé mi adolescencia, salvo quizás por el hecho de que todos vestíamos y nos comportábamos como hoy en día, teníamos teléfonos móviles y todo lo demás, vamos, que no tenía nada que ver con lo que recuerdo de mediados de los ochenta. Aún así, todo lo demás era similar. Me gustaba una chica, le tiraba los tejos en esa excursión, me bebía unas cervezas con mis amigos, consumíamos sustancias ilegales cuando nadie nos miraba....
Bueno, supongo que todo se debe a que, vivas en el tiempo que vivas, te haya tocado la década o el universo que te haya tocado, las diferencias al fin y al cabo no pueden ser tantas.
Creo.
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