Si hay una prenda, un complemento para ser exactos, al que le tengo especial manía, esta es, sin duda alguna, la corbata. Puedo entender su presencia en tiempos pasados, como muchas otras cosas, y que, ocasionalmente, tuviera un ligero "revival", de la misma manera que vuelven cada cierto tiempo los tejanos acampanados, la psicodelia de los 70 o las camisetas rosa de Sonny Crockett...pero, por favor!!!. Una lengueta de colorines que nos estrangula...y que no sirve absolutamente para nada, excepto para untarla equivocadamente con mermelada.
Me sigue resultando incomprensible que en pleno siglo XXI ese extraño complemento permanezca como un distintivo de status social y económico para una gran parte de la sociedad, sobre todo para aquella relacionada con el mundo, llamémosle, " de los negocios, la política, la abogacía y la banca". Cuatro "pilares" sostenidos, no únicamente por sus valores como tales, sino también, en gran medida...por la apariencia. Un político vende por su apariencia, de la misma manera que lo hace un director de sucursal bancaria, un abogado o un empresario.
Curiosamente, son aquellos políticos o empresarios (y sus empresas o partidos) mas relacionados con la "tradición" o con más arraigo "conservador" los que más uso hacen del dichoso complemento, lo cual me viene a convencer aún más de la necesidad de luchar, quemar, destruir y acabar con la maldita lengüeta de colorines.
Por desgracia, yo mismo tuve que usar en tiempos pasados ese nudo en la garganta, pues trabajo de cara al público, y no deja de ser curioso como he ganado confianza, ante ese público, y libertad de movimientos y de acción, amén de encontrarme mil veces más a gusto, desde el momento en el que, contra el criterio de mis superiores (por llamarlos de alguna manera), erradiqué de mi vestuario ese "signo de tiempos pretéritos".
Si, le tengo mucha manía. Para mí, no es más que una "pretensión de elegancia". Esa misma elegancia que se demuestra con saber estar, con una presencia, con un gesto o con una mirada, con lo cual he llegado a la conclusión de que quienes mas la adoran, la estiman y la usan, son aquellos que, por desgracia, no disponen de esa elegancia y tienen que recurrir a elementos exteriores para conseguirla.
Una pena.