07 julio, 2008,10:22 p. m.
Niños

Este pasado fin de semana me ha tocado volar. Ya he comentado alguna vez que me encanta volar, y los aeropuertos, y un vuelo tranquilo, escuchando música o leyendo algo, o echando una cabezadita. Por desgracia, ninguna de estas cosas las pude tener en mi vuelo de ida. Tres o cuatro familias con sus respectivos infantes parecieron aliarse en contra de mi derecho a que mi espacio vital no fuese invadido. Siempre me han tocado ligeramente las narices estos padres que no le dicen nada o miran para otro lado cuando sus hijos hacen una trastada, y después te miran con esa cara que parece decir "es que son niños". Oiga, no son niños. Son SUS niños, así que no me joda, invierta un poco del tiempo que dedica a rascarse los cojones o a maldecir a su jefe y enséñeles por lo menos que hay que saber comportarse, que no es necesario gritar en un avión durante casi dos horas, ni correr en la cola de embarque ni colgarse en el autobús-lanzadera como si fueran monos.
Por suerte, el universo se impregna de  la sabia ley del equilibrio, así que en el viaje de vuelta me tocó muy cerca un señor que viajaba con sus tres hijos de 3,5 y 7 años. Esto, ya de por si, es un indicio de "algo". Pero es que los chavales eran una delicia. Por supuesto que hablaban y se gastaban bromas y disfrutaban como lo que son. Pero en ningún momento resultaron molestos, por más que de vez en cuando se metían con su padre o hacían preguntas referentes al avión, al cuento que uno de ellos leía ávidamente,  y que el otro le explicaba poco  a poco....Es curioso como, en su buena educación, en su saber estar, estos niños resultaban totalmente espontáneos, nada acartonados, mientras que los del otro vuelo parecían un tópico andante sobre lo que quiere decir ser un maleducado escandaloso y gritón.
Cada vez, y veo bastantes todos los días, me resulta más difícil encontrar  niños de los que se pueda decir algo positivo con respecto a su educación. Y sé que educarlos es muy difícil, siendo suave en la expresión. Pero todos los días me encuentro con padres desganados, permisivos hasta el extremo, que se buscan excusas constantemente para no preocuparse, que han tenido esos niños por puro compromiso social, educación o sabe Dios que extraña regla grabada a fuego en su ADN. Por eso, creo, me siento literalmente maravillado cuando en mi camino, aunque sea por un corto espacio de tiempo, me encuentro a unos niños como los de ese viaje de vuelta, y que me recuerdan que no todos tienen porqué ser como los del viaje de ida.
Ellos, por lo menos, le quitaron un poco de tristeza a ese regreso a la cotidianidad.

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